Cruces

Cruzar
el umbral de lo visible
minar
la resistencia del misterio,
sabiéndolo perfecto
cerrado en lo invisible
que es su guía.
Por encima
de las cabezas del raptor
y la pupila
(presa de sí
de lo admirable)
el claro cielo del justo mediodía.
Los gritos
atraviesan la noche
los jardines
los ecos
del ahogado Narciso en su embeleso
el rapto del sentido
que resiste en el cuerpo
se ve, se huele, se oye , se habla o gusta
late en el sexo
detenido largamente en los umbrales
reteniendo
lo que huye de las manos otra vez.
Cada vez
que se mira mirar
vuelve el espejo
representando lo que el mundo representa
su teatro engañoso.
Pero hay pactos de amor
hay raptos de deseo
hay aquéllo que termina y lo infinito.
Silencio
este umbral es el único paso:
y más allá no vemos.
No hay raptor,
el enamorado toma
a la niña de sus ojos,
la lleva hasta el umbral
que deberán cruzar
cada cual a su tiempo.
Su gesto apaga el grito
todo tiene
la dirección correcta:
todo crece al final, hacia lo alto
dulcemente
como se elevan las promesas en las bodas
o se recita una última oración
en el umbral de la memoria de los vivos
por el alma que viaja.

La rosa mística

Cuando mi lengua te predica silenciosa
nunca ocurre que no desciendas
como lo hace la lluvia sobre la juventud del césped.
La copiosa maravilla de tu nombre
con reflejos sigilosos me bendice.
Si te invoco, es porque delante de tí jamás me aparto
de ese compás secreto que me anima.
Cuando mis enemigos acechan en el sueño
y apuntan con el filo de sus armas
hacia el cuenco de mi pecho ennegrecido
vuelven tus ojos peregrinos de la niebla
a derramar el brillo de aquél día.
Ya no puedo temer
amo el temblor de tu cercano corazón
entre mis dedos fríos.

Lees

Detrás de una cortina blanca y suave
un velo apenas
como la niebla baja del parque esta mañana
sentado, abandonado
lees.
Algo evoca a tu madre
(leer es enlazar como quien teje
los hilos en la trama
como se bordan la aurora y el ocaso
en el largo tapiz
de los cielos mutantes)
La historia es un rumor, una mixtura
del coro de los muertos
y aquello que aletea y que respira
todavía a tu lado.
Escuchas
suena el río y tu cauce se estremece
dialoga el corazón
-un rincón silencioso-
con los múltiples cruces de las aguas.
Casi todo se ignora
y es ahí donde supones o adivinas
-cada vez que zozobras, cada día-
el impensado abismo de un gran mar
la desembocadura que se oculta
entre pliegues de piedra oscura y quieta.
Todo es posible
y acaso ya ha ocurrido
en un tiempo gemelo de tu tiempo
la tragedia y la farsa
la copia de tu copia
(original, apenas el pecado)
Minotauros y Ariadnas incesantes
galerías de espejos que replican
laberínticos lazos.

Pampa húmeda

Destejiendo la idea
pensabas en tu árido país
en la encerada cuerda de la historia
que nos roza, apremiándonos, el cuello
si acaso nuevamente
los hijos de los hijos de tus hijos
con las manos heridas en las palmas
volverán a tensarla
(esa, nuestra locura
de resistir a pulso)
su declive inmanente o la lisura
de un segundo tras otro hacia la nada
-vanidades del tiempo-
encallados,varados por el peso
en el vientre de un barco que aleja los tesoros
hacia tierras extrañas
(fatalmente sabidas a fuerza de esta sangre)
las espadas serviles
las entregadas plumas
-deriva de palabras y de honores-
y el tráfico de sombras
en trabajos esclavos
la mansedumbre amarga que acumula certezas
decididas a todo,
proyectando otra serie
de Caínes marcados en la frente
la estática balanza que descubra
un prójimo enemigo.

Esta orilla en el centro de la tierra
es fosa o es pasaje
según se piense en ella, desgarrado
o con pasión intensa se la olvide
otra vez, para siempre.

Boca-nada

Sopla
se acerca y sopla
infunde aire
sobre la sangre de la herida
sobre el dolor
ahora
un soplo nuevo
diferente
pero el dolor también
no es el de ayer
no será
el que mañana
te incline o te abandone
cuando soplen
los vientos del final
tormenta helada puede ser
su boca oscura
orza o deriva
corazón en el centro
sopla tu espíritu y es nada:
no hay más que viento.

Agua

Una forma estrellada es la idea del agua
una brújula exacta que me orienta
en los cinco sentidos.
Es la única cifra, repetida
la que exhibe en sus grietas
la piedra del pasado
esa cripta sellada por lacres invisibles
donde reposa el rostro
del padre de mis padres.
Algo trae y se lleva. El nombre que me dieron
antes de que pudiera siquiera pronunciarlo
no es más mío que el trazo
que mi huella le imprime
al verdor de la hierba
ni más fuerte que el viento
que dispersa las brasas
del fuego de tu sangre.
Es forma permanente
su evidente presencia
es cristal de un secreto.
Ese prisma estrellado es la idea del agua

El limbo de Marte

Debería ser fácil de entender.
Al igual que la Tierra, tiene polos
y nubes en su atmósfera,
estaciones
verano invierno otoño,
primaveras,
volcanes y peñones
rasgos físicos
-para nuestro saber-
reconocibles.
Sin embargo, varía
se escurre sin aviso del deseo
(sabrá que es desvarío todo aquello que nombra
el límite del ojo
el mare nostrum).
Rocoso, frío, estéril
bajo un cielo de brumas bellamente rosado
su desierto insinúa un pasado volátil
desbordes y torrentes
lo inundaron
sus cráteres ocultan todavía, en el fondo
la impiedad del triunfante
ejército del agua.
Allí donde volcanes explotaban con furia,
y un meteoro horadaba su corteza profunda
ha quedado grabado un surco que señala,
y esas huellas nos guían:
la grieta donde el lecho,
-cada seca intemperie es una flecha-
¿O no hubo ni habrá
jamás, en todo espacio
otro río distinto
que el innúmero río de una única Idea?
Asentado en sus polos, crece el hielo
y hay rocas que denuncian la presencia del tiempo,
con sus húmedas manos.
Pudo haber contenido
un oceáno inmenso,
algunos ven escamas hacia un norte dorado
o el rastro de una espina, el aleteo
de vida sumergida, respirando.
Debemos aceptarlo con sus formas de ahora:
su fatal cambio muestra
un lazo que deviene
del hueco y de la altura.
El astrónomo ubica su límite en el este
(su límite observable, el propio cerco humano)
Los antiguos, en cambio
cuando hablaban de un limbo
decían ese borde impronunciable
la puerta que conduce
transponiendo el umbral,
al infierno del alma.

Escrituras

Lo teníamos todo.
Todo, hasta la falta.
Pero ¿qué dijo la serpiente?
Nos hizo ver que estábamos desnudos.
Lo que se cubre lo que se vela lo que se oculta:
jugar con la madeja que ha tejido las trampas.
Como los niños ignoran que son niños
lo que entonces sucede, sucede para siempre.
¿Leemos? ¿Escribimos?
¿O ellos nos leen y nos escriben y nos hablan?
Sé que son ellos, oigo sus voces, todas sus lenguas infinitas.
Ahora mismo, están ahí
los tendrás en la punta de la pluma.
(Plumas son alas, ala del Angel y la Piedad, de Miguel Angel)
¿Ves qué caligrafía delicada?
Negra tinta en la grieta de la piedra.
Nombrar la flor. Decir es Lila
decirla a ella, bautizarla
inaugurar una cordera desobediente.
Dedo de dios, el que señala, todolotoca.
parece guiarnos hasta las islas.
-Te acompaño-
Cierro los ojos y navego. Sueño con barcos.
No hace falta conocer la curva del estuario
ni la forma precisa de la boca, no hace falta.
Fuimos, por eso somos. Y no sabremos nada más,
porque saber, de ningún modo, cubre las faltas.
En las botellas
hervirá un éter de besos transoceánicos
que no se dan, los que consiguen
mover el agua.
Quemar las cartas como quemamos todas las naves.
Después, sentarse
sobre esa pila de cenizas que fue un bosque
el de los miedos, con tantos signos en la fronda.
Hay que cavar, hasta el carbón.
Con las uñas, cavar hasta que sangren.
¿No te parece?
hasta que apenas se perciba un grumo oscuro
un terrón húmedo, un murmullo de oraciones
y no haya tedio ni dolor.
En el umbral
la fe es la puerta,
y la puerta, ella sola, es el diamante.

Leyenda de azafrán

Cuando la sangre bulle
por debajo
con un caudal oscuro
enrojeciendo las palabras
¿son en verdad palabras
las que decimos en voz baja
al reparo del papel?
¿o son los ojos y las manos
contra el muro que vela
la visión de los cuerpos?
no son visiones las que el ojo nos señala:
visión supone
inteligir en lo invisible
algo evidente.
Cuando alguien habla
en esa lengua
que nos pronuncia
cuando cubre
con su boca
no siempre pura
(lo de siempre)
la posibilidad de una respuesta
no hay un silencio más ruidoso
que el que acompaña
el llanto rojo
de lo que apenas se comprende
y ya arrasó
con su fuego el palacio
(se trata de un romance del siglo XIX)
y el abandono y las traiciones
y las cenizas del pasado y del presente.
Pero,
faltaron ojos a la cita
faltó la cita y la mirada,
faltaban pruebas
¿quién vio la falta?
Entonces, si
en el recorte de la historia
-su punto fijo-
él sería música o antorcha
o estaría a punto de cruzar
ese puente entre orillas misteriosas
-entre un punto y el otro-
iba a verlo venir: ése era el punto.
Iba a buscarla si es que siempre había buscado
si es que en sus mapas estaban las ciudades
arrasadas por fuegos
verdaderos o fatuos
si lo que él encendía
perdía o encontraba
reparo entre sus manos.
Como un meteórico destello
que imita luces
(alguien pudo advertirle:
la silueta del que porta la antorcha
se le parece)
en la agitada noche sin estrellas,
-tempestad de los dioses que se cierne-
sobre el trigal, sobre los campos
de azafranes sembrados
la chiquita desnuda era una huérfana
confortada en su abrazo.
"No se juega con esto, corazón. No se toca."
La chiquita sin madre
(nada en el mundo se vuelve inseparable)
amaneció llorando,
sobre su agriado corazón
en el lecho de un prado calcinado.
Ah, lo que hubo de arder,
lo que aún ardería hasta la ansiada
la temida llanura
de la muerte o la calma...
El destino, el amor
habría de anunciarse en una lengua
-tan extraña y distante-
que no pudieron, siquiera, adivinarla.

Alrededor de la sangre

De color rojo brillante, o escarlata
su corazón es de agua,
un plasma amarillento
donde millones de células
trafican o atraviesan
nutren o arrastran.
Tiene un olor característico,
su relativa densidad oscila poco.
En el adulto sano, su volumen
es una onceava parte de su peso,
(ah, el peso de estos cuerpos que cargamos).
Un milímetro cúbico de ella
contiene cinco millones de corpúsculos,
transporta sales y sustancias
orgánicas
disueltas,
cuando cede su oxígeno, se azula.
Si en vano se derrama,
si a destiempo,
lleva en sus flujos la muerte y da la muerte
-ese otro río-
alrededor del cual edificamos
las casas y los templos
el cuartel y el hospicio,
las ferias y las cárceles,
los sueños del poder
-ese delirio que adormece las conciencias-
y el mítico poder de los que sueñan
porque al final, por fin, están despiertos
y divisan su aldea
desde la orilla más lejana
reconociéndola en las otras,
y hacen lo propio, lo que debe al fin hacerse
construir cada día
lentamente
a la luz y a la sombra
una nave grandiosa de altas velas
un arca blanca que nos salve del diluvio
que resista los vientos, las tormentas,
balsa del bien que a flote,
suspendida
nos lleve a anclar en el puerto de un destino
habitando en parejas, nuevos mundos
-ese otro río de las sangres indistintas-
ese fluido de las aguas hacia el centro
mar de la sangre,
único mar que nos soporta y nos circunda
desde el fin al principio
baño de sal que nos resarce en cada herida
casa y aldea
(si cada aldea es una y es la misma)
madre de pechos que han sangrado bajo el manto
piedad primera
agriada leche mezclada con azufre
de un cielo en llamas
piedad primera
en las cavernas, lacre de dioses
alfa y omega, sangre de todos
sangre única.

Auroras

Ya ves, de todos modos, vemos llegar el día
el negro nudo no cede fácilmente
no se deshace
sin dolor y sin sangre
la cripta azul, profunda, que nos guarda,
el nido de los cuervos que construyen el sueño
con unas pocas hebras delgadas e inconstantes.
La hermana de este sol y de esta luna
tiene dedos rosados, sigilosos
(así la ha visto Ulises,
todavía la vemos de ese modo)
y el viento sopla en ondas
bajo el ruedo dorado, su ligero vestido.
Trae la vida, ¿ves?
y de tanta otra vida se desprende:
todo es llanto al principio, lo sabemos
de este primer dolor no persuade el olvido,
porque el agua no cura
sólo lava y deslee
disolviendo el contorno preciso de la herida.
Cada lazo es de sangre y se entreteje
hasta el filo final, el que atraviese
y mutile de un corte las fibras de la carne:
el aguijón puntual, la fatal mordedura.
Del dos regresa al uno ¿cómo podría
hacerlo sin dolor, sin sangre
sin ese esperma estéril vertido en el vacío?.
Habrá un momento extraño en la batalla
cuando el polvo te impida
distinguir la expresión del rostro del guerrero
así ocurre, lo has visto o lo imaginas
las cosas, cuando giran hacia el cambio
se nublan, invisibles.
Es un momento apenas, hasta alcanzar sus formas
hasta dar en el centro prefijado y oculto,
la flecha no se pierde
vibra en el arco, encuentra
el punto señalado, perfecto, de su suerte
y su suerte y la nuestra se escriben en el cielo
de donde ella regresa, montada en sus caballos
desplegando banderas imposibles.
La aurora es esa cinta que enciende el horizonte
con una llama antigua
(la antorcha arde y persiste en una mano oscura)
ya proyecta sus luces, ya devora
lo fatuo del pasado y el velado futuro.

Cerca del mar

"Quién, si yo gritara, me escucharía entre las legiones de ángeles." R.M.Rilke

El camino es de piedras
de hojas secas
crujen los pasos
cae el sol , tarde fría.
Cierra el abrigo
las manos
se endurecen adentro,
en los bolsillos.
El viento que remueve
el viento
que separa y dispersa
pero después reúne
fragmentos del camino,
hojas sueltas de un árbol.
Hay días que le gusta y lo respira
se llena los pulmones
se renueva
esa corriente interna
de pasadizos, tubos
la imagen de la carne
por adentro.
Adentro
fragmentos de su rostro
dispersos y borrosos.
Nunca la vio
no la lleva
tomada de la mano
él la conoce como nadie
ni siquiera hace falta
la evocación engañosa del tacto
¿su olor?
si siempre la respira
sabe a qué sabe
lo dulce y lo salobre
la amargura, sin duda, está en la boca
envenena pensarla
si otra saliva
si otras palabras dentro
pero no
el corazón se abre
es la semilla, parte
delante de sus ojos
un líquido
un fluido
que le humedece
las grietas de los labios.
Camino al mar
las manos que se aprietan
el puño húmedo escondido en los bolsillos
salada, dulce
fluida, líquida
mano pequeña
cabellera enredada de medusa
cuando rompe la ola
y él se sienta a fumar
sólo una idea
de ella,
solo
en el borde grisáceo
de los acantilados.

Detrás

Se ve a lo lejos y te atrae
su tenue luz
de farol de papel, iluminando
la trastienda del sí,
el oculto desván donde se guarda
el arcón del tesoro y las verguenzas
(cofre del mal, del bien).
Afuera hiela.
Sobre la hierba blanqueada de los campos,
son ciegas multitudes que figuran la Nada.
Aún en pie, como las torres
que enmarcaron las puertas de la ciudad perdida
(se hundía en las mareas
sus barcos ebrios, sus hombres necios
no fueron más
que un puñado de arena en las arenas
de la playa infinita)
abrazamos vestigios,
-hay señales-
alguien talla unos signos en las piedras
deja restos de sal,
o de un polvo del oro más antiguo,
sobre el desorden triste de las ruinas.
El agua trae
trafica con lo sólido que lleva,
captura con su astucia
unos peces sonámbulos
peces
de carne y sangre, anfibios peces
con destellos de plata en las escamas
vida
en la entraña porosa de la tierra
Vemos el alma del hombre, a contraluz
como el revés de un tapiz donde se anudan
los diez mil hilos que cruza y entrecruza
alrededor del universo
la dúctil mano de dedos invisibles,
la fuerza sin medida,
sin número
y sin nombre

Ruedas por agua

Rueda
círculo áulico
cine
moviola
rueda, encadena
nombres, imágenes
sueña rodar
echa sus sueños sobre un plano.
Mientras desliza tanto sentido
siente que tiene
como las horas
en una esfera de reloj
los sentidos contados
cuenta que puede ser seguido de una mancha
el trazo torpe de esa vida que dibuja,
disuelta en agua.
Rueda
vuelca y se enfrenta
al indecible principio de sus fines
¿cuál era el fin, entonces, en principio?
rueda, reinicia
-en Grecia pudo ser aquel coloso que lanzaba
su disco sobre el mar-
el mar de Rodas
sus ondas claras, ruedas de espuma.
La imagen rueda
rodea, anuda.
En esa tinta azul en la que embebes
cada palabra antes de decirla
(tu pluma-fuente)
cada palabra escrita
en cada casa
en cada caso
en cada canto que ya ha rodado en torno al mundo
giran las vidas,
la rueda kármica.
Quieres saber cómo se llama
-me lo preguntas-
el modo antiguo de pintar
con tinta y agua:
echo la carta que es la rueda
de la fortuna.
La aguada es, te digo entonces
la desleída
mancha que extiende, diluye, ramifica
al amoroso alcance de las lenguas
tus vacilantes pasos sobre el agua.
Rueda la mente:
¿quién imprime, invisible,
mi nombre desde siempre
en la pared lejana de tu casa?
leo que escribes:
"La vida sin amor es la verguenza
la vida, una verguenza..."
Así es la rueda
rodeo y círculo,
fuego que abrasa.

Pero verguenza, corazón
es apropiarse para siempre
del diamante tallado
e impedirle que ruede.
Esconderse a mirarlo
privando al mundo hambriento
de su brillo lujoso
(hay felices hallazgos)
y del milagro eternamente deslumbrante,
cada faceta un mundo
las caras de la luz, lo inesperado.

No sueño más el mar

No sueño más el mar
no me desvelan
los voraces leones de sus vientos
la espiral de las olas
-una ronda de furias-
no me empuja a sus cuevas escondidas
no lo sueño, no entro en su liturgia
ni siquiera me cubro los ojos con las manos
al sol del mediodía
para ver qué vomita el horizonte
en vahídos de nieblas o de espumas
no más, ya no lo sueño
no extiendo mis deseos al confín de las islas,
cuando apoyo los pies sobre la orilla
no siento los guijarros
ni el borde carcomido de la playa
inmuta este cansancio,
esta conciencia
de estar, a ojos abiertos, contemplando
el mar de lo vivido
exiliada del sueño del pasado,
sin derecho al espacio que ocupa la materia
que ha obturado el futuro.
Cumplo con la vigilia que exigen, a esta hora
esos obscenos cuerpos
bogantes
de los muertos.

Tensión

Era hermoso, pero
como todas las cosas
que penden de algún hilo
demasiado delgado,
terminó por cortarse.
No sé decir, no sé qué es lo que duele
si la muerta belleza
o la ausencia del hilo
su tensión permanente
delante del secreto
oscuro
de los ojos.

La estación de las lluvias

Si el futuro está detrás de unos velos de gasa
no es más que una borrosa signatura
una piedra ilegible, aún cuando la historia
paciente la cincele, o el azar la erosione
con su aspecto inocente.
Aquí alzaste tu puerto, la muralla de arena no contiene
el desmadrado oleaje que lo arrasa.
Hay pecados impagos, rojas cuentas celestes.
Nos cercan. Ya escucho las alarmas
sirenas, galopes de caballos
un brillante sonido de aceros o de bronces
rasgando el aire espeso de la noche.
Nuestras sangres se anudaron como lazos
-apegándose al muro, reverdece la hiedra-
sin embargo, nos hiere la pequeñez del tedio,
nos matará un susurro
la estación de las lluvias,
el ópalo cambiante de los días que vienen.

Antiguas maldiciones

Las mañanas de Homero
tienen dedos rosados
es que amasan
toda la sombra de la noche
hasta sangrar, se hunden
esparcen
un fino polvo oscuro
de cosas
que entre los dedos
-purpúreos-
se deshacen.
No hay un lugar
en todo el mundo,
no habrá nunca un lugar para nosotros.
Se ha dicho en Duino:
"Hasta aquí llegamos ...
lo nuestro
es rozarnos así".

La pretensión

Demasiados viajeros se embarcan a esta hora,
en los ríos prospera un tumultuoso oleaje
que hace girar las ruedas de la espuma.
Entonces, no consientas. No permitas que gane
la tentación de lo que abunda. Ya se sabe,
las deseadas riquezas nos oprimen.
No seas el que a solas, recuenta los tesoros.
Las luces sólo sirven si señalan
las distantes moradas del futuro,
el brillo de esa estrella ya se ha muerto,
la codicia es herrumbre y es de hierro
la llave que clausura nuestra cárcel.
Muy pronto nos saldremos de la escena
nuestras huellas no alcanzan a grabarse profundo,
nunca pueden tallarse en dura piedra,
no resisten. Las formas son de aire
del aire que ahora mismo
en esta noche rara sin tu aliento
remueve los papeles. Trastorno de agua oscura
que trae hasta la orilla las botellas quebradas,
más mensajes perdidos: los que nunca te lleguen
y aquellos que jamás me habrás escrito.

Ariadna en Naxos

Ha subido hasta el último peldaño
la escalera del templo
el único en la isla,
no lo conoce, porque
no es ésta la tierra que dio a luz a sus padres
ni es la franja que ha soñado desde un azul velero
hundida en la promesa y los abrazos
de quien aquí la trajo, seducida.
Sólo puede mirar desde esta altura
un más allá de arena
o el mar
una pradera que refulge bajo el sol
ese hado diurno del reflejo
y de un mirar más obstinado, el certero destino.
En la isla no hay faros, ni otra vida
que unas pocas culebras que se ocultan
y se escurren entre matas resecas, cerca del mediodía
o unos peces que saltan sobre copos de espuma
y esos pájaros pequeños que chillan aleteando
sobre arbustos que sueltan unas brevas maduras.
Sólo es visible un punto
desde el ojo sin lágrimas que observa
la raja de agua pura que separa
una isla de otras.
Cae la túnica y le roza los tobillos, insensible
está sola y desnuda
absorta en un recuerdo
que lleva y trae imágenes, temblando
como tembló su cuerpo debajo de otro cuerpo
antes de la condena a perenne distancia,
el luto de esta isla.
Acaricia las fibras de ese árbol
y teje silenciosa el lazo de su suerte
que anudarán sus propias manos
en torno al cuello que admiraron
y besaron, infieles
los héroes cuyo sino fue olvidarla
para impulsar la rueda en la que gira el mundo.

Ella, que ha sido tantas veces tantas otras mujeres,
ahora sólo debe
recordarse a sí misma.

Oráculos

El suave roce del follaje de una encina,
la gota de aceite que hará brillar el bronce
y reflejar en él la luz.
La altura o el color que alcanzarán las llamas en la pira
o el dibujo, que más tarde, formarán las cenizas
dispersas en el suelo.
El rumbo que tomen las aves.
La conmoción sonora de los truenos
o el fulgor del rayo, en la negrura.
La forma de las nubes.
Las primeras palabras que pronuncie
el primer hombre que, por azar, se cruce en tu camino.
El exacto hexagrama que edifiquen
las varillas que sostienen, sobre un paño sedoso,
unas manos antiguas y amarillas.
La borra del café.
La posición de Venus
y el lugar que el astrólogo
le dé a Marte en sus mapas.
Las líneas que recorren las palmas de tus manos
y de las mías.
La imagen que aparezca al dar vuelta la carta.
Todo se confabula: acuerda lo de arriba y lo de abajo.
Y sin embargo, huyes de esa grieta
cegado, entre vapores, porque has visto mi alma en un resquicio.


El deseo es un río, de cauce alucinado,
que reniega del mar.

Hidra

De qué otra cosa
podría ser el tiempo
que de agua
aguas claras que corren
por estrechos canales
o se estancan en huecos
-regazos de la tierra-
donde turbias y oscuras
se transmigran
almas de agua,
qué otra cosa
qué bendita o maldita
otra cosa que el agua
se espesa lentamente en nuestras venas
se derrama y reparte
extrañando
los solares primeros de la carne
humedad de unos muslos
en sábanas prestadas
ascenso del deseo,
un pequeño dolor desconocido
que precedió a la sangre
perseguido en atroces
caudales de memoria
cataratas de espanto
que volcarán sus aguas sobre el agua.

Somos peces, amor, los hombres somos peces
de un inútil milagro,
multiplicados peces
ahogados en la fe de los anzuelos
mares de sed donde se rie
el hambre de unos dioses insaciables.

Hay tres moiras que cantan
a espaldas de nosotros, al unísono
su coro de inframundos
se licúa, licuándonos
cantan ahora
(las oigo yo, sé que las oyes)
al pasado
al presente
al futuro,
nuestros cauces torcidos
vertederos
donde se irán de a una, las palabras
hasta que alguien las gire y recomienzen
gota a gota
el ciclo de los huecos
por los que afluye un agua sin sentido,
vagas perlas fraguadas
en los desorbitados ojos de los náufragos
que viajan por el mundo
como los muertos andan, de a pie, en el fondo
hechos de a pares, separados de sí
secuestrados del mundo de los vivos
con mordazas de algas.
Veo tus ojos, aún
desde tan lejos
digo que es turbia como el agua,
prepotente
la decisión de tus pupilas
reconozco y lamento
-tal vez porque en reflejos ya me he visto-
el oscuro lugar en que estos días
se posa tu mirada.