La rosa mística

Cuando mi lengua te predica silenciosa
nunca ocurre que no desciendas
como lo hace la lluvia sobre la juventud del césped.
La copiosa maravilla de tu nombre
con reflejos sigilosos me bendice.
Si te invoco, es porque delante de tí jamás me aparto
de ese compás secreto que me anima.
Cuando mis enemigos acechan en el sueño
y apuntan con el filo de sus armas
hacia el cuenco de mi pecho ennegrecido
vuelven tus ojos peregrinos de la niebla
a derramar el brillo de aquél día.
Ya no puedo temer
amo el temblor de tu cercano corazón
entre mis dedos fríos.

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