Auroras

Ya ves, de todos modos, vemos llegar el día
el negro nudo no cede fácilmente
no se deshace
sin dolor y sin sangre
la cripta azul, profunda, que nos guarda,
el nido de los cuervos que construyen el sueño
con unas pocas hebras delgadas e inconstantes.
La hermana de este sol y de esta luna
tiene dedos rosados, sigilosos
(así la ha visto Ulises,
todavía la vemos de ese modo)
y el viento sopla en ondas
bajo el ruedo dorado, su ligero vestido.
Trae la vida, ¿ves?
y de tanta otra vida se desprende:
todo es llanto al principio, lo sabemos
de este primer dolor no persuade el olvido,
porque el agua no cura
sólo lava y deslee
disolviendo el contorno preciso de la herida.
Cada lazo es de sangre y se entreteje
hasta el filo final, el que atraviese
y mutile de un corte las fibras de la carne:
el aguijón puntual, la fatal mordedura.
Del dos regresa al uno ¿cómo podría
hacerlo sin dolor, sin sangre
sin ese esperma estéril vertido en el vacío?.
Habrá un momento extraño en la batalla
cuando el polvo te impida
distinguir la expresión del rostro del guerrero
así ocurre, lo has visto o lo imaginas
las cosas, cuando giran hacia el cambio
se nublan, invisibles.
Es un momento apenas, hasta alcanzar sus formas
hasta dar en el centro prefijado y oculto,
la flecha no se pierde
vibra en el arco, encuentra
el punto señalado, perfecto, de su suerte
y su suerte y la nuestra se escriben en el cielo
de donde ella regresa, montada en sus caballos
desplegando banderas imposibles.
La aurora es esa cinta que enciende el horizonte
con una llama antigua
(la antorcha arde y persiste en una mano oscura)
ya proyecta sus luces, ya devora
lo fatuo del pasado y el velado futuro.

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