Chinos

Hay un vaho a madera, un aroma de sàndalo
una atmósfera límpida.
La puerta de su casa se orienta hacia el oeste
sus ventanas admiten
que la luz se impaciente
y teja sobre muros de lisa superficie
una trama curiosa de sombras como lazos
que sellan sus uniones
porque aquello que vibra en idéntico tono
se encuentra, se reúne.
Ellos han conocido la amplitud de este mundo
y no han sido mundanos.
Han viajado por vastos territorios
han cruzado los mares y surcaron el aire
hasta llegar aquí.
Reciben al que llega, despiden cordialmente
a quien decide irse,
no contienen sus gestos ni levantan la voz
valoran la verdad y la armonía
sonríen, se sonrojan
atentos a los otros, ofrendan lo que tienen
y son dueños de sí, por sobre todo.
Yo respiro su casa
y se aquietan los cuartos de mi casa
la tarde que transcurre
se asienta blandamente sobre un confín lejano
de prados infinitos y ríos de colores
un prolijo camino trazado con los pasos
de hombres anteriores, con idéntico espíritu,
campesinos de túnica sencilla
que ascienden todavía las montañas azules
sin apuro y sin pausa.
En los sesgados ojos de la hija
que busca las palabras en mi idioma
como quien eligiera en un jardín profuso
las flores adecuadas,
se refleja la calma.
Esas caras sonrientes y amarillas
en las tazas de té dibujan lunas
con un punto sombrío.
Ya es de noche
en la negra extensión
del cielo que resumen las persianas
hay un punto de plata que ilumina.
"Saber que el agua sirve
para saciar la sed
no sacia
la sed que hay en los hombres".
Habría que beberla.
Llevar, desde una lengua hacia otra lengua
lo invisible del mundo
apenas nos acerca a lo que en ellas
desnudo reverbera
y desde allí nos habla.

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