El limbo de Marte
Debería ser fácil de entender.
Al igual que la Tierra, tiene polos
y nubes en su atmósfera,
estaciones
verano invierno otoño,
primaveras,
volcanes y peñones
rasgos físicos
-para nuestro saber-
reconocibles.
Sin embargo, varía
se escurre sin aviso del deseo
(sabrá que es desvarío todo aquello que nombra
el límite del ojo
el mare nostrum).
Rocoso, frío, estéril
bajo un cielo de brumas bellamente rosado
su desierto insinúa un pasado volátil
desbordes y torrentes
lo inundaron
sus cráteres ocultan todavía, en el fondo
la impiedad del triunfante
ejército del agua.
Allí donde volcanes explotaban con furia,
y un meteoro horadaba su corteza profunda
ha quedado grabado un surco que señala,
y esas huellas nos guían:
la grieta donde el lecho,
-cada seca intemperie es una flecha-
¿O no hubo ni habrá
jamás, en todo espacio
otro río distinto
que el innúmero río de una única Idea?
Asentado en sus polos, crece el hielo
y hay rocas que denuncian la presencia del tiempo,
con sus húmedas manos.
Pudo haber contenido
un oceáno inmenso,
algunos ven escamas hacia un norte dorado
o el rastro de una espina, el aleteo
de vida sumergida, respirando.
Debemos aceptarlo con sus formas de ahora:
su fatal cambio muestra
un lazo que deviene
del hueco y de la altura.
El astrónomo ubica su límite en el este
(su límite observable, el propio cerco humano)
Los antiguos, en cambio
cuando hablaban de un limbo
decían ese borde impronunciable
la puerta que conduce
transponiendo el umbral,
al infierno del alma.
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