Hidra
De qué otra cosa
podría ser el tiempo
que de agua
aguas claras que corren
por estrechos canales
o se estancan en huecos
-regazos de la tierra-
donde turbias y oscuras
se transmigran
almas de agua,
qué otra cosa
qué bendita o maldita
otra cosa que el agua
se espesa lentamente en nuestras venas
se derrama y reparte
extrañando
los solares primeros de la carne
humedad de unos muslos
en sábanas prestadas
ascenso del deseo,
un pequeño dolor desconocido
que precedió a la sangre
perseguido en atroces
caudales de memoria
cataratas de espanto
que volcarán sus aguas sobre el agua.
Somos peces, amor, los hombres somos peces
de un inútil milagro,
multiplicados peces
ahogados en la fe de los anzuelos
mares de sed donde se rie
el hambre de unos dioses insaciables.
Hay tres moiras que cantan
a espaldas de nosotros, al unísono
su coro de inframundos
se licúa, licuándonos
cantan ahora
(las oigo yo, sé que las oyes)
al pasado
al presente
al futuro,
nuestros cauces torcidos
vertederos
donde se irán de a una, las palabras
hasta que alguien las gire y recomienzen
gota a gota
el ciclo de los huecos
por los que afluye un agua sin sentido,
vagas perlas fraguadas
en los desorbitados ojos de los náufragos
que viajan por el mundo
como los muertos andan, de a pie, en el fondo
hechos de a pares, separados de sí
secuestrados del mundo de los vivos
con mordazas de algas.
Veo tus ojos, aún
desde tan lejos
digo que es turbia como el agua,
prepotente
la decisión de tus pupilas
reconozco y lamento
-tal vez porque en reflejos ya me he visto-
el oscuro lugar en que estos días
se posa tu mirada.
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