Miro la calle
desde la ventana:
una mañana calurosa
en la que los árboles se agitan
de repente.
Así aparecen
como una saga detallista
tus imágenes,
como el viento en las copas
jadeando
en pleno marzo
en Buenos Aires,
y una cascada de nosotros
precipita
como chorros de agua que se hunden
en ríos tumultuosos
desde una gran altura.
Alguien habló
soltó
echó a rodar
unas palabras inciertas que incluían
una versión de vos,
una noticia
acaso no del todo inesperada
(si hemos sabido
con el tiempo
que al final del pasillo está la muerte
que el corredor, a veces, es un túnel
y otras, una ancha franja a cielo abierto
en la que puede
llover a cántaros
nevar, como en los polos
o descorrerse el velo que oculta las estrellas
antes de una tormenta de verano)
Alguien
y su voz vagamente conocida
- o íntimamente ajena-
puso tu nombre en la mañana de este día
puso tu nombre otra vez sobre mi boca
dentro y
trajo
como quien corta uvas o cerezas
-en racimos-
un tiempo que los dos hemos perdido,
la ironía
de ver girar la rueda de los hechos
presos, como las formas no nacidas
en un bloque de piedra,
en el perfil oscuro
de un alto acantilado
que nada rozará
salvo, tal vez,
el viento
ese que insista,
soplo por siempre inesperado,
en el tiempo que reste
de esta vida.